Uno de los mitos que más me ha impactado sobre la figura de Jorge Eliécer Gaitán ha sido el que rodea su simbólico entierro. Como se sabe, los restos del caudillo se encuentran en su casa, donde se enterró el cuerpo ante la imposibilidad de resguardarlo en el Cementerio Central para protegerlo de la turba que, enfurecida, vengaba su nombre y abría el capítulo de la noche eterna de la violencia.
Fue allí y, en esas condiciones, en las cuales se buscó que el inmolado fuera cubierto por fragmentos de tierra recogida en cada uno de los puntos cardinales del país; y que ésta, a su vez, fuera regada por aguas de los dos mares y de todos los ríos del país. Con este gesto alegórico se buscó recoger los restos de una Patria que había perdido al hombre que representaba a su centro político y su conciencia moral; en un ataque que, aún hoy, continúa irresuelto,
Sea como fuere y, en la realidad o ilusión que esta imagen trae, no puede negarse el poder que Gaitán todavía conserva -tanto como dirigente liberal de la primera mitad del siglo XX, como uno de los mártires más venerados en la historia política colombiana.
La herencia de Gaitán
Sin importar la vertiente ideológica, todos los dirigentes políticos reconocemos y admiramos en Gaitán la capacidad de encarnar el sentimiento de un pueblo que ha sido desconocido, rechazado y minimizado; pero que tuvo la capacidad de sobrepasar las adversidades y de demostrar que tiene una capacidad inmensa de trabajo, superación y esfuerzo.
No obstante esta importante lección histórica, considero que la esencia del pensamiento de Gaitán se plasma en toda su intensidad en sus escritos y discursos públicos, en los cuales se percibe la claridad absoluta que tenía sobre el pasado, el presente y el futuro del país.
En lo personal, uno de los textos que resalto por su contundencia es el programa de su campaña presidencial, escrito en 1945. En éste, hace una declaración que asumo como propia y el cual he querido seguir al pie de la letra:
“(…) ¿No estamos demostrando a la juventud, con la más práctica y por eso más fecunda de las lecciones, que en política la sinceridad y la verdad no conducen al fracaso? ¿Que se puede ser leal consigo mismo, que el triunfo en la vida no hay que esperarlo del caprichoso patrocinio de nadie, sino de la propia energía acumuladora, cuando la conciencia arde como una llama en permanente holocausto a la verdad?”.
Sin necesidad de decir más, tomo este pasaje como un comando que debe dirigir cada una de las actuaciones públicas y la manera de hacer política, que debe tenerse siempre presente en un país en donde el servilismo y el interés propio lo han guiado, tristemente, a un oscuro destino. Al respecto, la reflexión premonitoria que hace Gaitán en dicho discurso es asombrosa:
“El órgano Legislativo necesita recuperar su dignidad y la autonomía que le es propia. Congresos que aparezcan como simples emisarios de la voluntad del Ejecutivo según casos que todos conocemos, atentan contra la sustancia de la democracia. No puede haber pretexto, razón, ni causa para que existan Parlamentos que no se inspiren en su propia conciencia, sino en el halago o el temor para subordinarse a las decisiones del órgano Ejecutivo. El país sabe que esa autonomía funcional del Parlamento no actúa y que debe ser restaurada.”
Un verdadero líder no se perpetúa en el poder
Uno de los conceptos que Gaitán resaltaba era la división y diferencia entre el País Político y el País Nacional, el Pueblo. A éste último le reconocía un valor intrínseco, que era el de la voluntad de levantarse contra una organización social ilógica y contra un Estado que sólo servía ante los intereses de las clases influyentes. No obstante, a las masas también les recordaba que la superación de su pobreza material, social, moral e intelectual sólo se daría en la medida en que se liberasen de su primitivismo, tal como lo mencionaba en su escrito titulado “Bases para una política revolucionaria colombiana”.
Al apelar a tal atraso, Gaitán hacía referencia a la inmensa e incorregible incapacidad de los colombianos por sentar un precedente contra una clase dirigente opresiva y arbitraria, que dirigía –y aún lo hace- a las espaldas de los ciudadanos. Para el líder, este fraccionamiento era la razón por la cual en Colombia nunca se incorporaría el pueblo a dicho País Político:
“El gobierno del pueblo en la actualidad es un valor fonético y nada más. Y quizá en países como el nuestro, cuya gran mayoría de habitantes da un índice bajo cero en el termómetro de la conciencia y de la cultura, no solo no hay sino que tal vez no puede haber gobierno del pueblo. Puede haber un gobierno ‘para’ el pueblo, que es distinto.” Y agrega, de manera imperiosa:
“Quien desee en este país realizar la inmensa, trascendental y al parecer casi imposible obra de incorporar a nuestro pueblo, a nuestras masas no puede ni debe engañarse en cuanto al apoyo que ellas le presten. No tienen conciencia de sus destinos, ni hay razones para que la tengan. Decir lo contrario es formular hipócritas elogios.”
Pero, ante todo, creo que el valor de Gaitán para el país se centra en su capacidad visionaria y casi profética para identificar los riesgos ciertos sobre la Democracia.
Su enfoque sobre la forma en la que se ejerce la política en Colombia; la debilidad manifiesta en la Constitución; la inserción de intereses económicos oscuros; la inequidad social; la inestabilidad en el equilibrio entre las tres Ramas del Poder Público, y la posibilidad de la concentración del poder en una sola persona fueron los asuntos sobre los cuales advirtió a tiempo; pero fue el país el que no supo comprender sus palabras ni atajar con firmeza este destino.
En sus palabras, Gaitán manifestaba que se requería de “(…) una legislación constitucional que nos aparte de la autocracia consagrada por la Constitución del 86 -sorda a todos los complejos económicos y sociales de la hora, y que hace reposar la vida total del gobierno en la sola voluntad del Presidente de la República-. Esa autoridad ilimitada debe terminar, para dar comienzo al juego político que descanse sobre la conformidad del gobierno con el criterio de las plataformas políticas, conformidad expresada por quienes representan los distintos intereses en un sistema democrático económico.”
“Yo no creo en el destino mesiánico o providencial de los hombres. No creo que por grandes que sean las cualidades individuales, haya nadie capaz de lograr que sus pasiones, sus pensamientos o sus determinaciones sean la pasión, la determinación y el pensamiento del alma colectiva”, tal como afirmó en su Programa Presidencial.
Con estas palabras, Gaitán fue contundente al afirmar que no podría existir un dirigente que se perpetuase en el poder, aún cuando el pueblo apoye de manera irrestricta su postura; pues el mismo régimen político debería insistir en la necesaria alternancia en el poder. Esta advertencia es categórica para nuestra realidad política, que debería asumirse con toda la responsabilidad histórica que conlleva.
Por esto creo que el valor de Gaitán está, ante todo, en la perspectiva que tuvo sobre el país; un país imposible al que, con grandes dificultades, le sobreviven dirigentes que han tratado de anunciarle las amenazas que se asoman. Es por eso que los fragmentos de la tierra traídos de todos los puntos cardinales y del agua de todos los ríos deberán guiarnos para volver a encontrar un centro, como lo hicieron con Gaitán.
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